Vientiane es la capital menos capital de todo el Sudeste Asiático. A parte de los varios templos interesantes que tiene, y del incomprensible infierno que pasé en el bus tanto para ir como para salir –lo peor de Laos es, con diferencia, el transporte– ,el recuerdo que me llevo son los buenos momentos que pasé alojándome en casa de Claire mediante Couchsurfing y la gente que conocí ahí. Uno de los ‘surfers’ incluso dio un par de conciertos. Y lo mejor es la forma en que toca los instrumentos. ¡Un crack!
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Cuando compré el billete del ‘sleeping bus’ en Pakse, donde recorrí en moto durante varios días el Bolaven Plateau y los templos Wat Phou en Champasak, nadie me advirtió que el precio incluía «piscina» dentro del bus. Para empezar, las camas están preparadas para la altura de un laosiano, o ni eso. 1,60 de largo. Para alguien como yo que mido casi 1,90 es una gozada. Si a eso le sumas que el tío que te toca para compartir cama es un alemán de tu estilo la cosa se pone divertida. Haciendo malabarismos y recordando las partidas al tetris de pequeño uno intenta coger la postura.
Pero lo peor estaba por llegar. Del aire acondicionado empezó a caer agua en varias de las camas del bus, que se convirtió en un festival cuando nos sorprendió una tormenta épica y, literalmente, parte de nuestra cama se convirtió en una piscina. Entre esto y la poca confianza que transmitía el conductor dimos gracias de llegar vivos. ¡14 horas de viaje!
Ya en Vientiane, Claire, francesa viviendo desde hacía unos años ahí, me acogió en su casa mediante Couchsurfing. Como ya he comentado varias veces, lo mejor de esta opción ya no solo es el ahorrarse alojamiento, sino el sentir de una forma más auténtica cada ciudad, ya sean locales o extranjeros viviendo desde hace tiempo. Esa misma noche cenamos junto a otros couchsurfers. Claire, francesa, una suiza, un italiano, un hermano y hermana australianos y yo.
Vientiane en un par de días, incluso en uno solo si le pones mucho empeño, se puede visitar lo más recomendable. Junto con la chica suiza que estaba en la misma casa alojada que yo fuimos a recorrer la ciudad. Hay varios templos interesantes, como el Haw Pha Kaeo, Wat Sisaket o Wat Si Muang.
Pero del que están más orgullosos es de Pha That Luang, un poco más alejado del centro y emblema de la ciudad. Alrededor del templo principal, puedes encontrar un buda gigante recostado y diferentes templos. (Si, más templos…)
Como recuerdo de la época donde fue colonia francesa construyeron un Arco del Triunfo a modo de copia del que hay en los Campos Elíseos parisinos. Lo llaman Patuxai, traducido ‘la puerta de la victoria’. Incluso a los propios laosianos les parece feo. En mi opinión no es comparable al original, ni mucho menos, pero tampoco es tan horroroso.
No todo van a ser templos. Recorriendo la ciudad te puedes encontrar con el Palacio Presidencial, la fuente Nam Phou, bastante animada de noche, o la Estupa negra That Dam, que tiene ese color ya que las placas de oro que la recubrían fueron robadas a lo largo de los años.
Una de las visitas más interesantes a mi parecer es la ONG/museo COPE, que se dedica a ayudar a los damnificados por los bombardeos en la Guerra de Vietnam. 270 millones de bombas cayeron en territorio laosiano, de las que 80 millones no llegaron a estallar. Todavía ahora siguen enterradas una cantidad importante de ellas, amenazantes. Esta organización también se encarga de ayudar a los que posteriormente han tenido que sufrir en sus propias carnes la explosión de una de estas «pelotitas», la mayoría niños. Emiten un documental súper interesante sobre el tema.
Como en la mayoría de las ciudades del Sudeste Asiático los mercados son una visita de la que no te librarás ,tanto los de día como los nocturnos.
En el de día puedes encontrar absolutamente todo tipo de animales, vivos o muertos.
El nocturno lo colocan en la rivera del río, donde el parque Chao Anouvong, una de las zonas que más me gustó de la ciudad -por no decir la que más- coincidiendo con el atardecer. Cortan las calles al tráfico y la gente aprovecha para hacer deporte y grupos numerosísimos de locales se juntan para hacer gimnasia.
Pero los mejores momentos que pasé en Vientiane se los debo a la gente con la que compartí esos días, en especial porque Tom, el australiano con el que coincidí en casa de Claire, es músico y dio un par de conciertos en la ciudad. Es un auténtico crack. Canta sus propios temas y, al mismo tiempo, toca la guitarra, el órgano y con los pies toca la percusión -sí, ¡con los pies!-. Su nombre artístico es Kettering Bug. ¡Seguro que llega alto este chico!
Si el llegar a Vientiane fue un suplicio, el salir de Vientiane no se queda atrás. A mitad de camino de mi siguiente destino, el bus que nos llevaba se rompe. 1 hora parados en medio de la nada. «Teóricamente» lo arreglan pero al rato de nuevo otro parón.
A partir de entonces el bus la velocidad máxima que toma son 20 km/h, tirando por lo alto, y dando saltitos sospechosos, con lo que definitivamente el conductor decide parar y tenemos que esperar, de nuevo en medio de la nada, a un nuevo bus que venga a rescatarnos. Menos mal que tantos meses viajando he desarrollado una infinita capacidad de paciencia hasta límites insospechados.
Lo positivo es que entre tanta larga espera conocí a Kassaundra, una americana con la que compartiría mis próximos días. El destino en este caso es Vang Vieng, pueblo a la vera del río rodeado de montañas, cuevas y paisajes de película del que tenía referencias un poco distorsionadas de lo que es actualmente. Ha dejado de ser destino de borrachera inglés-alemán-australiano haciendo el famoso ‘tubing’ para convertirse en un lugar imprescindible.
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